Los primeros años
San Agustin nació en Africa del Norte en 354,
hijo de Patricio y Santa Mónica. El tuvo un hermano y una hermana, y todos ellos
recibieron una educación cristiana. Su hermana llegó a ser abadesa de un
convento y poco después de su muerte San Agustín escribió una carta dirigida a
su sucesora incluyendo consejos acerca de la futura dirección de la
congregación. Esta carta llego a ser posteriormente la base para la “Regla de
San Agustín”, en la cual San Agustín es uno de los grandes fundadores de la vida
religiosa.
Patricio, el padre de San Agustín fue pagano
hasta poco antes de su muerte, lo cual fue una respuesta a las fervientes
oraciones de su esposa, Santa Mónica, por su conversión. Ella también oró mucho
por la conversión de su entonces caprichoso hijo, San Agustín. San Agustín dejó
la escuela cuando tenía diez y seis años, y mientras se encontraba en esta
situación se sumergió en ideas paganas, en el teatro, en su propio orgullo y en
varios pecados de impureza. Cuando tenía diez y siete años inició una relación
con una joven con quien vivió fuera del matrimonio durante aproximadamente
catorce años. Aunque no estaban casados, ellos se guardaban mutua fidelidad. Un
niño llamado Adeodatus nació de su unión, quien falleció cuando estaba próximo a
los veinte años. San Agustín enseñaba gramática y retórica en ese entonces, y
era muy admirado y exitoso. Desde los 19 hasta los 28 años, para el profundo
pesar de su madre, San Agustín perteneció a la secta herética de los Maniqueos.
Entre otras cosas, ellos creían en un Dios del bien y en un Dios del mal, y que
solo el espíritu del hombre era bueno, no el cuerpo, ni nada proveniente del
mundo material.
La conversión de San Agustín
A través de la poderosa intercesión de su madre
Santa Mónica, la gracia triunfó en la vida de San Agustín. El mismo comenzó a
asistir y a ser profundamente impactado por los sermones de San Ambrosio en el
Cristianismo. Asimismo, leyó la historia de la conversión de un gran orador
pagano, además de leer las epístolas de San Pablo, lo cual tuvo un gran efecto
en el para orientar su corazón hacia la verdad de la fe Católica. Durante un
largo tiempo, San Agustín deseó ser puro, pero el mismo le manifestó a Dios,
“Hazme puro … pero aún no” (Confesiones, Capítulo 8). Un día cuando San
Agustín estaba en el jardín orando a Dios para que lo ayudara con la pureza,
escuchó la voz de un niño cantándole: “Toma y lee; toma y lee” (Confesiones,
Capítulo 8). Con ello, el se sintió inspirado a abrir su Biblia al azar, y
leyó lo primero que llego a su vista. San Agustín leyó las palabras de la carta
de San Pablo a los Romanos capítulo 13:13-14: “nada de comilonas y borracheras;
nada de lujurias y desenfrenos … revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os
preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias.” Este acontecimiento
marcó su vida, y a partir de ese momento en adelante el estuvo firme en su
resolución y pudo permanecer casto por el resto de su vida. Esto sucedió en el
año 386. Al año siguiente, 387, San Agustín fue bautizado en la fe Católica.
Poco después de su bautismo, su madre cayó muy enferma y falleció poco después
de cumplir 56 años, cuando San Agustín tenía 33. Ella le manifestó a su hijo que
no se preocupara acerca del lugar en donde sería enterrada, sino que solo la
recordara siempre que acudiera al altar de Dios. Estas fueron unas palabras
preciosas evocadas desde el corazón de una madre que tenía una profunda fe y
convicción.
Obispo de Hipona
Luego de la
muerte de su madre, San Agustín regresó al Africa. El no deseaba otra cosa sino
la vida de un monje – vivir un estilo de vida silencioso y monástico. Sin
embargo, el Señor tenía otros planes para el. Un día San Agustín fue a la ciudad
de Hipona en Africa, y asistió a una misa. El Obispo, Valerio, quien vio a San
Agustín allí y tuvo conocimiento de su reputación por su santidad, habló
fervientemente sobre la necesidad de un sacerdote que lo asistiera. La
congregación comenzó de esa manera a clamar por la ordenación de San Agustín.
Sus plegarias pronto fueron escuchadas. A pesar de las lágrimas de San Agustín,
de su resistencia y de sus ruegos en oposición a dicho pedido, el vio en todo
esto la voluntad de Dios. Luego dio lugar a su ordenación. Cinco años después
fue nombrado Obispo, y durante 34 años dirigió esta diócesis. San Agustín
brindó generosamente su tiempo y su talento para las necesidades espirituales y
temporales de su rebaño, muchos de los cuales eran gente sencilla e ignorante.
El mismo escribió constantemente para refutar las enseñanzas de ese entonces,
acudió a varios consejos de obispos en Africa y viajó mucho a fin de predicar el
Evangelio. Pronto surgió como una figura destacada del Cristianismo.
El amor de San Agustín hacia la verdad a menudo
lo llevo a controversias con diversas herejías. Por ejemplo, las principales
herejías contra las cuales habló y escribió fueron las de los Maniqueos, de cuya
secta había pertenecido anteriormente; de los cismáticos Donatistas que se
habían apartado de la iglesia; y, durante los veinte años restantes de su vida,
contra los Pelagianos, que exageraban la función del libre albedrío para hacer
caso omiso a la función de la gracia en la salvación de la humanidad. San
Agustín escribió mucho acerca de la función de la gracia en nuestra salvación, y
más adelante obtuvo el título de doctor de la Iglesia especialmente debido a sus
intervenciones con los Pelagianos. En esta línea, el mismo escribió mucho
también acerca del pecado original y sus efectos, del bautismo de niños pequeños
y de la predestinación.